domingo, 3 de agosto de 2008

1. FALACIA, QUE LOS TRANSGÉNICOS SEAN LA SOLUCIÓN A LA CRISIS ALIMENTARIA DE MÉXICO

* Se pretende la aceptación del cultivo de maíz genéticamente modificado por la presión de las grandes transnacionales, afirmó Elena Lazos Chavero, del IIS
* Una política agraria debe considerar la existencia de productores mecanizados, pero también de millones de familias campesinas que tratan de subsistir



El anuncio de que los transgénicos constituyen la solución a la crisis alimentaria de México es una falacia fincada en la irresponsabilidad, pues lo único que se pretende es la aceptación del cultivo de maíz genéticamente modificado, por presión de las grandes transnacionales, afirmó Elena Lazos Chavero, del Instituto de investigaciones Sociales de la UNAM.



La especialista refirió que tanto científicos sociales como agrónomos y expertos dedicados a las cuestiones del ejido, sostienen que la crisis del campo mexicano no tiene que ver con su rendimiento. “El meollo del problema es que hay un contexto económico desleal, en específico, con la siembra de maíz; así se observa con los subsidios a la producción en Estados Unidos, permitidos en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte”.



Asimismo, a esa situación crítica contribuye el alza de insumos como los fertilizantes, la cancelación de los apoyos por parte del gobierno mexicano (Procampo es desigual por región y totalmente insuficiente), ausencia de inversión pública, altos índices de erosión y mala calidad de las tierras, abundó la investigadora.



A esa situación, se suman otras como los altos subsidios a las industrias de harinas de maíz, que rompen la cadena de la nixtamalización. “La mayoría de la gente compra tortillas elaboradas con esas harinas en el supermercado y ya no en forma tradicional”; al fenómeno también contribuye la emigración acelerada de los campesinos.



La universitaria señaló que 80 por ciento de la población ocupada en el sector primario cultiva esa gramínea (que en el año 2000 representaba alrededor de ocho millones de hectáreas); 79 por ciento de esa superficie está manejada por familias campesinas y, el resto, está en manos de agroempresarios o agricultores que han llevado una fuerte capitalización al campo, a través de una mecanización intensiva.



También subrayó el hecho de que el promedio nacional de productividad sea de 2.2 toneladas de maíz por hectárea, y que haya productores en el norte (Sonora, Sinaloa y Tamaulipas) que alcanzan ocho, 10 ó 12 toneladas, mientras que los campesinos indígenas oaxaqueños cosechan sólo 800 kilogramos.



Ante esa situación, sostuvo Lazos Chavero, “no se puede crear una política agraria mediante la exclusión de unos en favor de otros; se debe considerar que hay grandes productores mecanizados y también millones de familias campesinas que tratan de subsistir con una escasa producción maicera”.



Al participar en el ciclo de conferencias El que Sabe, Sabe…, organizado por la Dirección General de Incorporación y Revalidación de Estudios (DGIRE), la académica dio a conocer que un trabajo comparativo entre los estados de Sinaloa y Oaxaca –altamente contrastantes, no sólo por su producción y comercialización, sino por su contexto cultural, económico y político– arroja resultados reveladores.



En el auditorio Carlos Graef, de la Facultad de Ciencias, mencionó que en la entidad del norte la superficie de producción maicera oscila entre las 200 y mil hectáreas por productor, con un rendimiento promedio de 8.5 toneladas por hectárea, el cual puede llegar a las 14 toneladas, cifra competitiva con mercados como el estadounidense.



En total, en esa zona se alcanzan mil 700 toneladas o más por productor, con una ganancia por hectárea de entre mil 500 a mil 900 pesos. Además, ahí cuentan con los subsidios del programa Procampo y de la comercialización.



En Oaxaca se habla de minifundismo, de superficies que abarcan entre las 0.5 y las 10 hectáreas por productor, con un rendimiento promedio de 1.1 toneladas por hectárea.



Las pérdidas por hectárea en esa entidad son de 60 pesos; los campesinos no están siquiera en el límite de obtener alguna ganancia. “Sólo si se cuenta con el apoyo de Procampo, en algunos casos puede haber una utilidad de 80 pesos”, abundó Elena Lazos.



A inicios de los años 90, los estados más productivos eran el de México, Jalisco y Chiapas; después esta situación cambió, y con la inversión en tecnología en Sinaloa, se han alcanzado los rendimientos actuales que se elevaron, de dos o tres toneladas, a nueve o más por hectárea.



Para los grandes productores, los fertilizantes son altamente subsidiados, pero ello implica adquirir las semillas de empresas trasnacionales como Monsanto y DuPont.



En Oaxaca, por el contrario, hay poca compra de semillas. En la región hay una gran cantidad de variedades criollas de maíz, en cuyo conocimiento no se han invertido recursos.



Además, los agricultores del sur, Guerrero y Oaxaca en particular, son aquellos que emigran para trabajar en los campos del norte, lo que deriva en el movimiento de semillas. Los trabajadores llevan granos para ver si se adaptan a sus tierras. “Por eso, de introducirse el maíz transgénico, no tendrá fronteras ni control”, concluyó Elena Lazos.




La crisis del campo mexicano no tiene que ver con su rendimiento, sino con un contexto económico desleal, puntualizó Elena Lazos Chavero, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM.

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